Llegó a mi a penas como una ligera mención en alguna de las conversaciones de los foros de “Intriga y Suspense”, un sitio en Internet para aquellos adictos a la lectura alrededor del mundo hispanohablante, cuyos intereses sobrepasan a los normales de su cultura y a las empobrecidas pilas de libros que se pueden encontrar en las empolvadas y solitarias bibliotecas y librerías de nuestros países, cual si aquellos santuarios hubiesen sido profanados con la misma crueldad del cura y el barbero, aquellos endemoniados que deciánse los amigos de Don Alonso de Quijano, pero sin pensárselo dos veces, le arrebataron sus tesoros: así pues, una pequeña mención, a penas el título, sin el nombre del autor, adherido al adjetivo “diferente”… sin más, el comentario se extendía a hablar sobre su admiración hacia H. P. Lovecraft.....
Para muchos habría pasado desapercibido, pero, ¿por qué alguien que bien leía a Lovecraft, calificaría de “diferente” un libro con tan anodino título? Como amante de lo diferente, lo extraño, no pude resistirme: una rápida pesquisa en mi buscador habitual, casi desalentada, impulsada apenas por la costumbre de no guardarme la duda, por más ínfima que sea, me llevó a entrar en el primer resultado, haciendo caso omiso de los demás, por pereza a indagar a fondo.....
Para muchos habría pasado desapercibido, pero, ¿por qué alguien que bien leía a Lovecraft, calificaría de “diferente” un libro con tan anodino título? Como amante de lo diferente, lo extraño, no pude resistirme: una rápida pesquisa en mi buscador habitual, casi desalentada, impulsada apenas por la costumbre de no guardarme la duda, por más ínfima que sea, me llevó a entrar en el primer resultado, haciendo caso omiso de los demás, por pereza a indagar a fondo.....
The thirdteenth tale, de Diane Setterfield: un bestseller.....
Nunca me ha gustado ser prejuiciosa, sin embargo, la mente humana es instintiva, traicionera, y, en lo más profundo, falta de moral: mi experiencia con bestsellers, si bien fue la que me alentó a iniciar mi vida como voraz lectora -amante de Mary Higgins Clarck y de las aparentemente inacabables y bien formuladas fantasías que constituían los laberintos de J. K. Rowling-, me vuelvo reticente al oír el término, pues lo primero que viene a mi mente es un exquisito trabajo de mercadotecnia que, muchas veces, sino es que la mayoría, oculta una buena inversión en algo que no necesariamente es un buen libro. ....
Así pues, habiendo olvidado enteramente el adjetivo “diferente”, la historia de una ficticia biógrafa que contaba la ficticia vida de una ficticia autora cuyos ficticios libros podrían ser ficticiamente considerados tan o más vendidos que la Biblia, simplemente no llamó mi atención, sin embargo, el título hacía un constante cosquilleo en mi mente, no tanto el número en él, que simplemente me venía igual, sino la última palabra: “tale”.....
Si he de ser totalmente sincera, más que del suspenso y la intriga que encuentro en mi género favorito, la nóvela negra, desde niña -mucho antes de aprender a leer-, en aquellas noches en que mi padre, deseoso de compartir tiempo con sus pequeños vástagos, se sentaba a leernos historias de los numerosos volúmenes que compraba con ese objeto, hasta después de mi adolescencia, e incluso ahora en mi juventud, me confieso total y profundamente enamorada de los cuentos, tanto así que, si bien no cuento con ninguna copia en físico, mis visitas a bibliotecas tanto virtuales como físicas, siempre se hayan acompañadas por una husmeada en las acostumbradas traducciones de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault… leyendo y releyendo sus historias, con la misma avidez y emoción de la primera vez, como si hubiese olvidado el amor truncado de la pequeña sirena, el angustioso frío de la pobre cerillera, la justa venganza de Blancanieves y los zapatillas de candente hierro, los niños atraídos por el sonido de la flauta, la emoción del patito, el triunfo de la hija del molinero sobre el engañoso Rumpelstikin, la ceguera del príncipe ocasionada por las espinas al pie de la torre, la desesperación de Pedro al ver perdidas sus ovejas, la risa que me causó la estupidez del príncipe al creer en la princesa por haber sentido el guisante, la pérdida de la fuente de los huevos de oro, las hermanas de piedra de Bella que reposaban frente a su palacio, la furia de la ogresa al comprobar que la bella durmiente y sus hijos seguían vivos, el príncipe oso de Blancanieve y Rojarosa, la hazaña del gato y sus botas, el asesinato que Gretel tuvo que cometer para salvar a Hansel… ¡en fin! Las historias que tuercen mi boca en una delicada sonrisa sin razón aparente, son esas, las principales fuentes de mi adicción.
Nunca me ha gustado ser prejuiciosa, sin embargo, la mente humana es instintiva, traicionera, y, en lo más profundo, falta de moral: mi experiencia con bestsellers, si bien fue la que me alentó a iniciar mi vida como voraz lectora -amante de Mary Higgins Clarck y de las aparentemente inacabables y bien formuladas fantasías que constituían los laberintos de J. K. Rowling-, me vuelvo reticente al oír el término, pues lo primero que viene a mi mente es un exquisito trabajo de mercadotecnia que, muchas veces, sino es que la mayoría, oculta una buena inversión en algo que no necesariamente es un buen libro. ....
Así pues, habiendo olvidado enteramente el adjetivo “diferente”, la historia de una ficticia biógrafa que contaba la ficticia vida de una ficticia autora cuyos ficticios libros podrían ser ficticiamente considerados tan o más vendidos que la Biblia, simplemente no llamó mi atención, sin embargo, el título hacía un constante cosquilleo en mi mente, no tanto el número en él, que simplemente me venía igual, sino la última palabra: “tale”.....
Si he de ser totalmente sincera, más que del suspenso y la intriga que encuentro en mi género favorito, la nóvela negra, desde niña -mucho antes de aprender a leer-, en aquellas noches en que mi padre, deseoso de compartir tiempo con sus pequeños vástagos, se sentaba a leernos historias de los numerosos volúmenes que compraba con ese objeto, hasta después de mi adolescencia, e incluso ahora en mi juventud, me confieso total y profundamente enamorada de los cuentos, tanto así que, si bien no cuento con ninguna copia en físico, mis visitas a bibliotecas tanto virtuales como físicas, siempre se hayan acompañadas por una husmeada en las acostumbradas traducciones de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault… leyendo y releyendo sus historias, con la misma avidez y emoción de la primera vez, como si hubiese olvidado el amor truncado de la pequeña sirena, el angustioso frío de la pobre cerillera, la justa venganza de Blancanieves y los zapatillas de candente hierro, los niños atraídos por el sonido de la flauta, la emoción del patito, el triunfo de la hija del molinero sobre el engañoso Rumpelstikin, la ceguera del príncipe ocasionada por las espinas al pie de la torre, la desesperación de Pedro al ver perdidas sus ovejas, la risa que me causó la estupidez del príncipe al creer en la princesa por haber sentido el guisante, la pérdida de la fuente de los huevos de oro, las hermanas de piedra de Bella que reposaban frente a su palacio, la furia de la ogresa al comprobar que la bella durmiente y sus hijos seguían vivos, el príncipe oso de Blancanieve y Rojarosa, la hazaña del gato y sus botas, el asesinato que Gretel tuvo que cometer para salvar a Hansel… ¡en fin! Las historias que tuercen mi boca en una delicada sonrisa sin razón aparente, son esas, las principales fuentes de mi adicción.
Bien entonces, tentada por la palabra “cuento”, al final del título, no pude más que guardar la dirección en mi lista de pendientes con la falsa promesa de ojearlos alguna vez, obligándome a abandonar la duda de ese momento.
Mucho tiempo después, al tratar de comprobar el hilo de La ciudad de las bestias, en cuyas páginas manchadas de tinta se había borrado una parte de las aventuras de Águila y Jaguar, me vi obligada a buscar una versión digital de la obra, deseosa de no quedarme con la duda, y fue entonces que lo encontré: un link de descarga directa a El cuento número trece, bastándome a penas unos segundos para relacionar la mala traducción al título original, y una fugaz ojeada para comprobar la veracidad de mi conjetura: ¿Qué más da?, escuché el eco en mi memoria y acto reflejo inicié la descarga. Es casi hilarante como en nuestra cultura tan rota e inmoral, hasta los libros son víctimas de la piratería.
Pasados unos minutos, aburrida de las descripciones de los rituales de la gente de la neblina, me sorprendí con el inmenso deseo de dar un vistazo a la primera hoja del documento que acababa de descargar “para comprobar que fuera el libro y no una broma”, me dije tratando de aliviar mi culpa, después de todo, no me tomaría más de un minuto abrir el archivo, comprobar, leer la primera línea y cerrarlo de nuevo.
Grande fue mi sorpresa al quedar prendada de la redacción, aun con su mala traducción, en la precisa primera línea de la frase entre la dedicatoria y el prólogo propiamente dicho:
Todos los niños mitifican su nacimiento.....
Una frase normal, llana, casi sin sentido, pero ¿por qué continué leyendo después del punto y seguido?
Todos los niños mitifican su nacimiento. Es un rasgo universal. ¿Quieres conocer a alguien? ¿Su corazón, su mente, su alma? Pídele que te hable de cuando nació. Lo que te cuente no será la verdad: será una historia. Y nada es tan revelador como una historia. –Vida Winter, Cuentos de cambio y desesperación.
Y, sin darme cuenta, me encontré atrapada, viendo bajar el cursor, página a página, enredada en la telaraña de Diane Setterfield, incapaz de despegar mis ojos, llenos de ardor, de las letras que se enfilaban, formando palabras, frases, oraciones, párrafos, capítulos. ....
No fue hasta que me encontré en la angustiosa situación, a punto de conocer por fin a la famosa señorita Winter, que -por la mundana interrupción de mi alarma-, me vi obligada a ver lo que hacía, y con pesar, cerré el documento, sumergiéndome entonces en miles de cavilaciones acerca de la verdad que la señorita Winter le contaría a Margaret…....
Y así estuve, casi un año, buscando de librería en librería, por toda la ciudad, y en todas las ciudades que visité durante esos meses, escapando de la historia de Margaret apenas cuando me enterraba en las historias de muchos otros autores, jugando con el futuro de sus personajes, disgustándome por los finales, enamorándome de nuevos estilos… pero al final, siempre estaba ahí: esa incesante tentación, como una braza que muere y revive entre las cenizas, llamándome a buscar el archivo enterrado en los laberintos de carpetas de mi laptop, de mis usb..s, de los Cd..s de respaldo que constantemente hago para no perder información…....
A punto de dejarme vencer por la tentación… lo encontré.....
Un único ejemplar, olvidado, casi inadvertido, en un solitario puesto de una librería, en el rincón de la Feria del Libro: de la editorial DeBOLS!LLO, de la que jamás había comprado libro alguno –cosa que en aquel momento no podía importarme menos-, con lánguidas y frágiles pastas de papel, pequeño, con la desalentadora palabra impresa en la portada… bestseller. Pero esta vez no me importó, y sin pensármelo dos veces, apenas saliendo del ensimismamiento que me causaba el éxtasis de ver los frutos de mi incansable búsqueda, lo compré y lo abracé a mí, recelosa en la absurda idea de que el vendedor cambiara de opinión y quisiera conservar la última copia.....
Temerosa de terminarlo demasiado pronto, de verme de nuevo en la conocida rutina de la decepción del final, repartí mi tiempo y me obligué a disfrutar la historia desde el principio, precavida, parsimoniosamente, cuidándome de no ir demasiado deprisa, de no abandonar mis otras tareas.....
Y durante tres semanas, me abandoné a los deliciosos y cortos momentos del día en que, más que leer, parecía contemplar la maravillosa historia de una casa habitada por fantasmas, una biblioteca, dos gemelas… un fantasma.....
Mucho tiempo después, al tratar de comprobar el hilo de La ciudad de las bestias, en cuyas páginas manchadas de tinta se había borrado una parte de las aventuras de Águila y Jaguar, me vi obligada a buscar una versión digital de la obra, deseosa de no quedarme con la duda, y fue entonces que lo encontré: un link de descarga directa a El cuento número trece, bastándome a penas unos segundos para relacionar la mala traducción al título original, y una fugaz ojeada para comprobar la veracidad de mi conjetura: ¿Qué más da?, escuché el eco en mi memoria y acto reflejo inicié la descarga. Es casi hilarante como en nuestra cultura tan rota e inmoral, hasta los libros son víctimas de la piratería.
Pasados unos minutos, aburrida de las descripciones de los rituales de la gente de la neblina, me sorprendí con el inmenso deseo de dar un vistazo a la primera hoja del documento que acababa de descargar “para comprobar que fuera el libro y no una broma”, me dije tratando de aliviar mi culpa, después de todo, no me tomaría más de un minuto abrir el archivo, comprobar, leer la primera línea y cerrarlo de nuevo.
Grande fue mi sorpresa al quedar prendada de la redacción, aun con su mala traducción, en la precisa primera línea de la frase entre la dedicatoria y el prólogo propiamente dicho:
Todos los niños mitifican su nacimiento.....
Una frase normal, llana, casi sin sentido, pero ¿por qué continué leyendo después del punto y seguido?
Todos los niños mitifican su nacimiento. Es un rasgo universal. ¿Quieres conocer a alguien? ¿Su corazón, su mente, su alma? Pídele que te hable de cuando nació. Lo que te cuente no será la verdad: será una historia. Y nada es tan revelador como una historia. –Vida Winter, Cuentos de cambio y desesperación.
Y, sin darme cuenta, me encontré atrapada, viendo bajar el cursor, página a página, enredada en la telaraña de Diane Setterfield, incapaz de despegar mis ojos, llenos de ardor, de las letras que se enfilaban, formando palabras, frases, oraciones, párrafos, capítulos. ....
No fue hasta que me encontré en la angustiosa situación, a punto de conocer por fin a la famosa señorita Winter, que -por la mundana interrupción de mi alarma-, me vi obligada a ver lo que hacía, y con pesar, cerré el documento, sumergiéndome entonces en miles de cavilaciones acerca de la verdad que la señorita Winter le contaría a Margaret…....
Y así estuve, casi un año, buscando de librería en librería, por toda la ciudad, y en todas las ciudades que visité durante esos meses, escapando de la historia de Margaret apenas cuando me enterraba en las historias de muchos otros autores, jugando con el futuro de sus personajes, disgustándome por los finales, enamorándome de nuevos estilos… pero al final, siempre estaba ahí: esa incesante tentación, como una braza que muere y revive entre las cenizas, llamándome a buscar el archivo enterrado en los laberintos de carpetas de mi laptop, de mis usb..s, de los Cd..s de respaldo que constantemente hago para no perder información…....
A punto de dejarme vencer por la tentación… lo encontré.....
Un único ejemplar, olvidado, casi inadvertido, en un solitario puesto de una librería, en el rincón de la Feria del Libro: de la editorial DeBOLS!LLO, de la que jamás había comprado libro alguno –cosa que en aquel momento no podía importarme menos-, con lánguidas y frágiles pastas de papel, pequeño, con la desalentadora palabra impresa en la portada… bestseller. Pero esta vez no me importó, y sin pensármelo dos veces, apenas saliendo del ensimismamiento que me causaba el éxtasis de ver los frutos de mi incansable búsqueda, lo compré y lo abracé a mí, recelosa en la absurda idea de que el vendedor cambiara de opinión y quisiera conservar la última copia.....
Temerosa de terminarlo demasiado pronto, de verme de nuevo en la conocida rutina de la decepción del final, repartí mi tiempo y me obligué a disfrutar la historia desde el principio, precavida, parsimoniosamente, cuidándome de no ir demasiado deprisa, de no abandonar mis otras tareas.....
Y durante tres semanas, me abandoné a los deliciosos y cortos momentos del día en que, más que leer, parecía contemplar la maravillosa historia de una casa habitada por fantasmas, una biblioteca, dos gemelas… un fantasma.....