Todos, alguna vez, pasan por situaciones difíciles que les hacen sentir derrotados, o engrandecidos. A veces esas situaciones son compartidas o parecidas a las de nuestros semejantes, pero el sentimiento, por alguna razón, siempre resulta diferente, aún si lo vivido fuera exactamente igual, cualquier persona lo ve diferente.
Hace poco, conversando con un amigo, le comenté que sentía mucha tristeza y dolor por algo que no debería remover tanto mis emociones: para mi razón, la situación era insignificante, para mi corazón, era absorbente. El no poder lidiar con algo que yo misma consideraba tonto, me hacía sentir inútil y verdaderamente mal, sin embargo, después de escucharme pacientemente, mi amigo rió y me miró a los ojos: “Los seres humanos pueden sentir el mismo grado de dolor cuando pierden una moneda, que cuando pierden a un ser querido” dijo, “así es la naturaleza humana; pero también puede ser que mi dolor al perder a mi madre sea mil veces inferior al tuyo en la misma situación”.
Pero, ¿por qué es así? ¿Por qué algo que podría verse de la misma manera, es observado de forma distinta en diferentes ojos?
Son interrogantes con las que sin duda, muchos se han tropezado a lo largo de su vida: aquellos reclamos de sentimientos e ideales, el no saber por qué alguien se deja morir por algo que tú mismo has superado muchas veces; el encontrarte que para una persona la felicidad está en creer, y para otros en vivir…
Muchos han tocado ese tema, aunque no todos han profundizado, quizás porque no parece un tema importante, y es que realmente no lo es tanto, por lo menos no para el mundo objetivo en el que vivimos: los sentimientos, muchas veces, pasan de largo en la velocidad que lleva nuestro entorno. Las personas tienen muchas cosas más importantes qué hacer, como cuidarse de las guerras, la contaminación, el sobrecalentamiento, fenómenos naturales, etc.
Pero, ¿qué pasa cuando no podemos entender a alguien a quien queremos o apreciamos muchísimo?; cuando queremos ayudar y no podemos porque simple y sencillamente no entendemos por qué las personas reaccionan de manera tan distinta.
Existe una frase de Multauli que reza así: “Pena y alegría dependen más de lo que somos que de lo que nos sucede”.
Esta frase, si se piensa bien, podría llegar a ser muy compleja, ya que puede aplicarse, no sólo a la interpretación de sentimientos, sino a los pensamientos, reacciones, opiniones, e incluso a la manera de vivir.
Los pensamientos configuran nuestra vida. Lo cual quiere decir que los pensamientos se convierten en verdades para nuestra vida. Lo que yo piense respecto a mi o a los demás terminará siendo la verdad que asuma mi subconsciente; la actitud con la cual voy a mirarme a mí mismo y a los otros. (Navarro, Javier; Conferencia “Los Horizontes Humanos”).
Lo que se piensa acerca de alguna cuestión determinada, puede marcar la diferencia entre lo que sienten varias personas, o la manera en que reaccionan.
Todo resulta diferente en ojos ajenos: actuamos, sentimos y pensamos según como fue formado nuestro carácter, uno que irremediablemente es formado por el entorno, las experiencias y las personas que están alrededor durante la vida.
Como ejemplo me gustaría citar a una conocida, que pertenecía a una iglesia, era parte del coro y de unos grupos en los que aprendían cosas acerca de su religión. Ella se había unido hacía cinco años gracias a su hermana mayor, que llevaba ahí alrededor de ocho años.
Ella y sus dos hermanas no hacían otra cosa que no fuera entregarle todo su tiempo a ese templo, jamás tenía tiempo para nada más, aunque fuera demasiado importante. Si el horario de la iglesia, los grupos y el coro se interponían, más valía olvidarse de su cooperación en los asuntos externos. Así era siempre, no sólo en ella, también en toda su familia, al grado de que tampoco hablaban de otra cosa. Era tal su adoración, que siempre portaban en alto el orgullo de ser parte de dicha comunidad, tanto que no veían los errores que tenía, tanto que ni siquiera consideraban que hubiese algo mejor.
El problema fue cuando expulsaron de los grupos y el coro a la hermana mayor: la echaron “para deshacerse de todos los problemáticos”, que en ése caso, vendrían siendo los que la siguieran, sus hermanas y padres. La familia sufrió mucho en ese tiempo, incluso después de un año, no podían perdonar al sacerdote que los “invitó” a abandonar su servicio a Dios.
Según la muchacha, lo que más afectaba no era dejar un lugar, un grupo, al que le había entregado gran parte de su vida, sin tener una razón convincente, su dolor se centraba en la cobardía con que se había llevado el asunto, en que aquellos a los que consideraba su familia y amigos, no las hubiesen apoyado, no hubiesen visto lo que realmente pasaba.
Siempre es cuestión de ver el ángulo desde el que se cuenta la historia: alguien podría decir que el dolor era por la herida a su orgullo, y no por la decepción, sin embargo, sólo Dios podría juzgar lo que pasó realmente.
Cuando alguien aconsejó a esta muchacha que olvidara el asunto, ella respondió muy enojada: “¡Es que tú no entiendes!… ¡tú no sabes lo que es que te saquen de algo a lo que has creído pertenecer toda tu vida, no sabes lo que es que las personas en las que confiabas plenamente te den la espalda como cobardes!”. Pero, según esa persona, le había tocado vivir algo muy parecido y tenía toda la seguridad de que sí sabía lo que se sentía.
Casi cualquier persona, sino es que todos, han escuchado reclamos parecidos a ese, “tú no entiendes lo que es saber que esa persona a la que quieres se murió y no volverás a verlo jamás”, “tú no sabes lo que es llorar de felicidad cuando algo te ha salido perfecto y ver como tus lágrimas se convierten en dolor cuando sabes que ya no es así”… “tú no sabes lo que estoy sufriendo, porque nunca lo has vivido”.
Así como se ha escuchado, también se ha respondido: casi cualquiera diría que sí lo sabe… sin embargo, ¿es verdad? ¿Será cierto que se es capaz de ponerse en los zapatos de la otra persona y tener tanta empatía con los demás, al grado de sentir exactamente lo mismo y reaccionar de idéntica manera?
Si se ha dicho que nadie puede saber con exactitud lo que el otro está sufriendo o gozando, en especial porque “cada cabeza es un mundo” y lo que para uno es azul, para alguien más puede ser violeta; podría decirse a bien, que es imposible saber lo que nuestro prójimo siente.
Nos tratamos a nosotros mismos tal como nos trataron nuestros padres y maestros. Nos regañamos y nos castigamos de la misma manera. También nos amamos y nos estimulamos de la misma manera que ellos lo hicieron cuando éramos niños (Melo, Anthony, citado por Navarro en la conferencia “Los horizontes Humanos”).
Nuestra manera de ser se va forjando por los tratos y pensamientos de los que nos llena la sociedad que nos rodea desde niños: así, cada persona va adquiriendo un carácter diferente, según las particularidades del el entorno en el que vive, así como de la gente que la educa y los ideales de la cultura en el tiempo en que crece.
Parafraseando a García, el hombre adquiere mecanismos de desarrollo en un proceso de interacción social con sus semejantes, y la cultura (García, Enrique, “Vigotsky: La construcción histórica del psique”, Pág. 108), lo que forma nuestras creencias.
Estas creencias son paradigmas que nos llevan a programar nuestra mente, nuestros pensamientos, lo que nos hace ver la vida de alguna manera en particular, las cuales moldean el subconsciente: “(…) nos aferramos a ellas porque son parte del paradigma arraigado a nuestra vida (…)” (Melo, Anthony), y como tal, nos es imposible creer o ver con otro “lente” diferente al que ya hemos formado y eso a su vez, nos impide tener la empatía necesaria como para entender “la vista” que tiene alguien más.
Casi nadie da cuenta de eso, siempre se piensa que todo es igual cuando se trata de sentir o ver la vida: las personas se predisponen a que el resto del mundo fue forjado de idéntica manera que ellos, como diría un refrán muy conocido, “el león cree que todos son de su condición”, al conocer los detalles exactos de su vida, no se preocupa por conocer lo que pudo estar atrás de las experiencias de los demás y por tanto le resulta imposible entender, al no poder ver algo que no conoce.
Incluso puede ser que se crea haber vivido algo igual, mas hay que tener en cuenta que “No recordamos las cosas tal como fueron, sino como somos nosotros” (Koffka, citado por Pozo en “Aprendices y maestros: La nueva cultura de aprendizaje”, Pág.133), lo que nuestro subconsciente quiere retener o elaborar para guardar la experiencia.
Aunque se haya vivido algo similar o exactamente igual, no se puede asegurar el haber sentido lo mismo que la otra persona, y es por eso que, de nuevo en la frase de Multauli, se llega a la parte de “dependen más de lo que somos que de lo que nos sucede”; indagando, podría decirse que se refiere a la afectación que se tiene como individuo, el dolor o la alegría perturbará dependiendo de hasta dónde la persona deje que lo haga, dependiendo de lo que considere importante o intrascendente en la vida..
Siempre resulta que según la persona, es la importancia que se resta o suma a los diferentes conceptos que le rodean. Todo es a base de las prioridades que su carácter y pensamientos han formado.
Buscando saber qué es más y menos significativo para los que están al rededor, se propuso pedirle a ciertos individuos una lista de máximo las diez cosas más trascendentes en su vida.
Así se da cuenta de que cuando para unos es muy importante su relación con alguien ajeno, para otros lo es su propia seguridad y felicidad, su familia, su mascota, o incluso un celular o su ropa favorita: siempre hay cosas distintas en las listas, y las que se frecuentan, suelen estar en posiciones disímiles.
Las prioridades siempre tendrán gran importancia en cuestiones de reacción ante una situación dada. Nacen de nuestros propios pensamientos y creencias y es difícil cambiarlas.
¿A qué se quiere llegar?
Simplemente a que, cuando para una persona un disgusto familiar puede ser grave, al grado de dejarse vencer y caer en depresión, para otra puede significar menos que enterarse de que su mascota está enferma, que su celular está roto, que alguien no piensa igual, o incluso saber que la vida tiene que continuar de manera distinta a lo que una vez fue.
Todo esto es porque nuestras reacciones dependen de la importancia que demos al asunto, del carácter que rige nuestra personalidad y de las experiencias que nos hayan forjado en el pasado.
“A la verdad y a la realidad llegamos solos” (Melo, Anthony), porque son conceptos que sólo nosotros podemos ver, a nuestra propia manera.
Definitivamente, las circunstancias u obstáculos que enfrentamos, no importa si alguien más ya las vivió y reaccionó de manera distinta, siempre tendrán un resultado distinto en nosotros como en los demás, dependiendo de lo que nosotros pensamos, creemos, soñamos, vivimos, de lo que nos hizo, en fin, de lo que somos.