II
Sacudía la cabeza el ermitaño, pensando que la figura del mundo pasa pronto, y es como las imágenes de un sueño, quedando sólo la verdad de la muerte, y tras ella, el infierno o, al menos, el purgatorio, donde arderían, de cierto, los infelices padres de aquel niño...
IV
oye lo que un pobre viejo te aconseja... Guárdate, lo primero, de entregar tu alma a un amor impuro. Conserva como la azucena tu corazón. Dícese que han de ser enamorados los caballeros, pero con honesto enamoramiento, que puedan publicar en todas partes. (Monje)
V
y yo te digo que en lo poco que se me alcanza, los sueños son peores que las pasiones todavía. Las pasiones se satisfacen, pero los sueños jamás. (Tronco)
VII
Y una vez más sintió que sólo a ella podía amar con un amor sin consuelo, un amor de embrujamiento también, de esos que no conocen remedio ni se sujetan a lo que la reflexión puede dictar.
y el amor y la gloria se resolvían en eso, en huesos secos, tal vez en almas condenadas.
Hay casos en que, por muy caballero andante que se sea, y muy impávido que se tenga el corazón, se siente el desmayo ante una fuerza sombría que nos subyuga.
VIII
¿De qué servía la voluntad de hacer bien, de qué el amor puro y santo, de qué la virtud, de qué el valor heroico? Una fuerza desconocida nos lleva y nos guía a pesar nuestro; creemos hacer el bien, y hacemos el daño; vamos a tientas, en la oscuridad, y enviamos la muerte como se envía la caricia, en un instante de error de los sentidos. Pensamos ser nobles paladines, y la mancha de la bastardía y del pecado nos sale a la frente...