domingo, 21 de febrero de 2016

Ficha técnica del libro: Un libro recomendado por un amigo. Arráncame la vida de Ángeles Mastretta




Nombre del reto: Un libro recomendado por un amigo
Título del libro: Arráncame la vida
Primer año de publicación: 1985.
Autor: Ángeles Mastretta
País de Procedencia: México
Idioma original: Español
Editorial: Editorial Planeta Mexicana
País de impresión: México
Año de publicación: 2008
ISBN: 978-970-37-0756-0
Número de páginas: 270




Reseña:

"Ese año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos".
Ángeles Mastretta, graduada de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nació en Puebla el año de 1949. Es una de las escritoras de más renombre en la literatura mexicana actual, reconocimiento que se ganó tras haber publicado su primera novela: Arráncame la vida, en 1985, que la convirtió en un fenómeno de críticas y ventas, valiéndole la traducción de su obra a once idiomas.
Mastretta ha demostrado una pasión y sensibilidad femenina al escribir que la han hecho resaltar entre los autores de su época.

El argumento
La narradora y protagonista de la historia, Catalina, nos cuenta cómo conoció a Andrés Ascencio, general de la Revolución mexicana, convertido en político corrupto y dictador, con quien ella se casa a la corta edad de quince años (cuando él ya era mayor de treinta).
A través de las páginas de este libro, Catalina nos cuenta su vida e historias de amor: nos relata cómo se enamora de Andrés y cómo, a través de los años, comienza a temerle, a odiarlo, convirtiendo su antes inquebrantable amor en un desprecio que la lleva a traicionarlo y a sufrir sus consecuencias. Con un atisbo a la situación política y social del México de las décadas de los 20 y 30, la historia sienta sus bases en temas diversos, observados desde la perspectiva de una mujer joven y rebelde que aprende a conocerse y levantarse de sus pérdidas.

Opinión personal:El libro, está narrado en primera persona, al tipo monólogo interno, que alterna diálogos con narración sencilla en lenguaje más bien coloquial. Me recordó a una novela de esas épocas: regionalista, con lenguaje apropiado a los personajes y narrador. Eso me gustó.
Es un libro que abarca una gran variedad de temas, desde la inequidad, el machismo, el amor, la Revolución, la política posrevolucionaria, la corrupción, la familia, la infidelidad, el sexo, las mentiras, los caciques, etc... analizarlos todos sería un martirio, sinceramente.
No puedo decir mucho sobre la autora, porque la verdad es el primer libro completo que leo de ella (podría decir un par de cosas de los editores de esta versión, sin embargo, que está llena de faltas de concordancia y cohesión); ya antes había leído un par de relatos de Mujeres de ojos grandes, que me dejaron muy buen sabor de boca, y la anécdota que Santiago Posteguillo cuenta sobre ella en La sangre de los libros, pero no he investigado nada sobre su vida y sólo leí lo que viene en la presentación del libro. Me parece acorde que escriba sobre política y sociedad, considerando su formación. Me fascinó la ambientación que le dio al relato y los guiños históricos que aparecen en el libro me parecen interesantes.
Una de las cosas que más llamó mi atención, es el crecimiento del personaje principal. A través de la historia de Catalina, crece emocionalmente; leyéndola mientras deja de ser una niña mimada, ingenua y crédula, y se convierte en una mujer que aprende a ver el fango en el que se ha metido. Me parece un personaje sólido, que nunca deja de tener esos bríos y fuerte carácter que le describen.
Lo que más me gustó es esa evolución del personaje principal, y su actitud ante la vida, además de lo bien que describe a la mujer en la sociedad mexicana, no sólo de esa época, sino en muchas maneras, de la actualidad también.
Otra cosa que me fascinó fue lo que le dice Andrés al final acerca de no haber terminado de conocerla: me pareció llamativo sobre todo porque ella lo había mencionado antes, como actuaba sin saber quién era, por miedo, por costumbre, por ser la mujer de Andrés. Me llama la atención también, cómo ella acepta la infidelidad y la, podría decirse, maldad de su marido con un humor negro y resignación. Sabía todo y, con el tiempo, se adaptaba a ello, no de la nada, sino en un proceso muy bien descrito.
Lo que más sufrí fue a *SPOILER* Carlos y su muerte. La verdad es que no voy a hablar de ello, pero creo que esa parte del libro me afectó en demasía. Sobre todo cuando ella está deseando que lo maten de un tiro, sin que sufra, resignada a que es imposible verlo vivo otra vez.... esa frase me rondó durante días, y la sigo teniendo muy presente.*FIN DEL SPOILER*
Elegí este libro porque una de mis mejores amigas está obsesionada con este tipo de historias: por ella había visto la película, que no hizo una gran diferencia en mi vida, exceptuando el OST, que amé de muchas maneras. La verdad no es el tipo de historias que acostumbro leer, pero debo admitir que es un libro que cumple con su cometido: te entretiene, te hace sentir y en muchas ocasiones, te captura con un sentimiento de empatía que te obliga a identificarte con sus personajes.
Me ha gustado.

Calificación: 9 (no porque me haya enamorado del libro, sino porque creo que es una historia muy bien hecha, con muchísima calidad, y es probable que me hubiera gustado más si fuera mi tipo de género).

Frases: Perdón... de nuevo son muchas... Creo que me he tardado más en copiarlas que en leer el libro ToT

Tenía manos grandes y unos labios que apretados daban miedo y, riéndose, confianza. Como si tuviera dos bocas.
Catalina sobre Andrés, 9

Después me sentaba a oírlos y a dar opiniones con toda la contundencia que me facilitaban la cercanía de mi padre y mi absoluta ignorancia.
Catalina, 10

Me gustaba besar a mi papá y sentir que tenía ocho años, un agujero en el calcetín, zapatos rojos y un moño en cada trenza los domingos. Me gustaba pensar que era domingo y que aún era posible subirse en el burro que ese día no cargaba leche, caminar hasta el campo sembrado de alfalfa para quedar bien escondida y desde ahí gritar: "A que no me encuentras, papá". Oír sus pasos cerca y su voz: "¿Dónde estará esta niña?", hasta fingir que se tropezaba conmigo, aquí está la niña, y tirarse cerca de mí, abrazarme las piernas y reírse.
Catalina, 11

-¿Por qué no me enseñas? - le dije.
-¿A qué?
-Pues a sentir.
-Eso no se enseña, se aprende- contestó.
Entonces me propuse aprender.
Catalina y Andrés, 12

(...) hablaba conmigo como con las paredes, sin esperar que le contestara, sin pedir mi opinión, urgido sólo de audiencia.
Catalina sobre Andrés, 13

-¿Por qué lloras, mamá?
-Porque presiento, hija.
Catalina y su mamá, 17

-¿Por qué te llevaron y por qué te devolvieron?- pregunté.
-Por cabrones y por pendejos- dijo Andrés.
Catalina y Andrés, 30

Empecé a volverme una mujer que va de las penas a las carcajadas sin ningún trámite, que siempre está esperando que algo le pase, lo que sea, menos las mañanas iguales. Odiaba la paz, me daba miedo.
Catalina, 31

(...) no podía pensar con orden, me distraía, empezaba una conversación que acababa en otra y escuchaba solamente la mitad de lo que me contaban.
Catalina, 36

(...) hasta llegué a pensar que hubiera sido bueno no desear más que aquel gusto fácil por la vida.
Catalina, 37

(...) odiaba y tenía esperanza, le había pasado a su hija la sonrisa sombría de la derrota y la certidumbre de que pronto la Revolución volvería para sacarlos de pobres.
sobre Refugio y Eulalia Núñez, 39

No pelearon. Él hablaba de ella como de un igual. Nunca lo oí hablar así de otra mujer.
Sobre Eulalia y Andrés, 41

Tenía el pelo castaño y unos ojos enormes con los que curioseaba todo.
Sobre Lilia, 51

Ahora oigo que los poblanos dicen que no sabían lo que les esperaba, que por eso no movieron u dedo en contra; yo creo que de todos modos no hubieran hecho demasiado.
Eran gente metida en sus casas y sus cosas; casi les podía caer un muerto encima, que si se arrimaban a tiempo y caía junto, no hablaban de él.
Catalina, 57

Me atraían las que le tuvieron cariño, las que incluso le parieron hijos. Las envidiaba porque ellas sólo conocían la parte inteligente y simpática de Andrés, estaban siempre arregladas cuando llegaba a verlas, y él no les notó nunca los malos humores ni el aliento en las madrugadas.
Sobre las amantes de Andrés, 65

Me hubiera gustado ser amante de Andrés, Esperarlo metida en batas de seda y zapatillas brillantes, usar el dinero justo para lo que se me antojara, dormir hasta tardísimo en las mañanas, librarme de la Beneficencia Pública y el gesto de primera dama. Además, a las amantes todo el mundo les tiene lástima o cariño, nadie las considera cómplices. En cambio, yo era la cómplice oficial.
Catalina, 65

Yo preferí no saber qué hacía Andrés. Era la mamá de sus hijos, la dueña de su casa, su señora, su criada, su costumbre, su burla. Quién sabe quién era yo, pero lo que fuera lo tenía que seguir siendo por más que a veces me quisiera ir a un país donde él no existiera, donde mi nombre no se pegara al suyo, donde la gente me odiara o me buscara sin mezclarme con su afecto o su desprecio por él.
Catalina, 66

Para mucha gente yo era parte de la decoración, alguien a quien se le corren las atenciones que habría que tener con un mueble si de repente se sentara a la mesa y sonriera.
Catalina, 67

Nunca le vas a dar gusto a la gente. Ni con el pelo hasta las rodillas ni calva. El chiste es que te sientas contenta.
Marcos Guzmán (papá de Catalina) a Catalina, 69

¿Qué te lastima? ¿No tienes todo lo que quieres? No llores. Mira qué lindo está el cielo. Mira qué fácil es vivir en un país en el que no hay invierno.
Marcos Guzmán a Catalina, 69

En este país hace calor todo el año. Tenemos un invierno de mentiras.
Doña Julia Conde, 75

Porque así es uno. Hasta que no le llegan a lo suyo no siente.
Catalina a Andrés, 76

Tenía unas manos grandes. Me gustaban tanto como les temían otros. O por eso me gustaban. No sé.
Catalina sobre Andrés, 76

Estaba días como ausente, dándole vuelta a las cosas, queriéndome ir, avergonzada y llena de pavor, segura de que nunca sería posible otra tarde tranquila, de que el asco y el miedo no se me saldrían del jamás del cuerpo.
Catalina, 83

Recordaba con precisión cada una de las cosas que me había dicho y de un "espero que nos veamos pronto" sacaba la certidumbre de que él sufría mi ausencia tanto como yo la suya y que se pasaba los días contando el tiempo que le faltaba para verme por casualidad.
Catalina sobre Fernando Arizmendi, 95

-Yo me autoricé- le dije con tal tranquilidad que tuvo que aguantarse la risa antes de iniciar un griterío que terminé después de ponerme el camisón cuando le dije:
-No te exaltes. ¿A poco estás tan seguro de que el gordo puede ser presidente? Mejor prende varias velas y quítame a los guardaespaldas. No valen lo que les pagas. De todos modos yo juego en tu equipo y ya lo sabes.
Catalina a Andrés, 103

(...) culpable de muchas muertes por más que el silencio y el miedo las cubrieran.
Sobre Andrés, 105

Es tan cursi que bien podría dedicarse a escribir discursos.
Catalina sobre Rodolfo "Fito" Campos, 108

Si eres tan lista, mejor no digas nada.
Andrés a Catalina, 109

Luego nos despedíamos con esos besos de lado que le caen al aire mientras uno se roza las mejillas.
Catalina sobre Bibi, 111

Claro, hermano, pero la patria tiene nombre y apellido y una deuda es una deuda. Él sabe que nos la debe.
Andrés a Fito, sobre Gómez Soto, 114

Yo no sé quién inventó que las mujeres somos felices y bellas embarazadas.
Bibi, 116

Está lleno de ardientes propósitos, de profundas devociones, de agradecimientos inextinguibles, de confianza en un México libre y feliz. Lleno de todo menos de güevos.
Andrés sobre Bravo, 122

(...) no me gustan los enemigos gratuitos.
Catalina, 135

(...) la democracia debe entenderse como el encauzamiento de la lucha de clases en el seno de las libertades y de las leyes. Y como las leyes somos nosotros, pues ya se chingó.
Andrés sobre Fito y Cordera, 141

Pero a cada quien le toca una guerra distinta.
Carlos Vives, 142

Cuando salimos a la calle, la luna brillaba amarilla y redonda sobre nuestras cabezas. En el quicio de una puerta, sentado como si fueran las cinco de la tarde y no las tres de la mañana, un ciego tocaba una trompeta.
Catalina, 143

Claro que yo quería que me quisieran. Toda la vida me la he pasado queriendo que me quieran.
Catalina, 153

Hasta llegué a sentir que era mía su voz sobre mi voz.
Catalina al cantar con Toña, 168

Una simple simpatía puede llevarla al amor, todo se reduce a que usted encuentre en él aquellas cualidades de que usted, en sus sueños, ha adornado a su príncipe azul. Pero si hay discrepancia entre el sueño y la realidad, cosa muy común, no llegará el amor. Puede usted estar segura.
Loli en el consejo de la revista Maruca, 184

Nos reímos mucho. Nos reíamos como dos mensos que no tienen futuro ni casa ni una chingada. No sé de qué nos reíamos tanto. Creo que de nuestras ganas nos reíamos.
Catalina sobre Carlos, 190

(...) te aseguro que es mucho más fácil pararse a mover las manos frente a una bola de mariachis que gobernar alebrestados y cabrones.
Andrés a Carlos, 192

¿A matarte? ¿Cómo se te ocurrió eso? Yo no mato lo que quiero.
Andrés a Catalina, 197

Me estuve junto a él un ratito, mirándolo dormir. Pensé que era una facha, recorrí la lista de sus otras mujeres. ¿Cómo lo querían? ¿Porque tenía chiste? Yo se lo encontré, yo lo quise, yo hasta creí que nadie era más guapo, ni más listo, ni más simpático, ni más valiente que él. Hubo días en que no pude dormir sin su cuerpo cerca, meses que lo extrañé y muchas tardes gastadas en imaginar dónde encontrarlo.
Catalina sobre Andrés, 198

Con que no esté sufriendo -me dije-, que no lo maten de a poco, que no le duela, que no le toquen la cara, que no le rompan las manos, que alguien bueno le haya dado un tiro.
Catalina sobre Carlos, 205

(...) pero ella estaba segura que por las hojas había sido, porque así eran las hojas, buenas pero traicioneras.
Carmela, 228

(...) supo siempre vivir sin hacer ruido y sin que nadie metiera ruido en su existencia.
sobre Marta, 229

Hubiera podido pasarlas todas (las tardes) sentada en la terraza mirando al infinito como vieja empeñada en los recuerdos. El mar era Carlos Vives.
Catalina, 241

En mi miedo de siempre la muerta era yo y hasta me parecía romántico dejarlo con la ausencia, inventando mis cualidades, sintiendo un hueco en el cuerpo, buscándome en las cosas que tuvimos juntos.
Catalina sobre Carlos, 241

Todavía eres mi rayito de luz.
Andrés a Catalina, 249

También recuperé a Bárbara, mi hermana, que era como un ángel de la guarda, mejor que un ángel porque no me juzgaba, sólo se moría de risa o se echaba a llorar y, como yo, pasaba de las carcajadas a las lágrimas sin ningún esfuerzo.
Catalina, 251

No me equivoqué contigo, eres lista como tú sola, pareces hombre, por eso te perdono que andes de libertina. Contigo sí me chingué. Eres mi mejor vieja, y mi mejor viejo, cabrona.
Andrés a Catalina, 253

Lo que te hace bien es dejarme.
Andrés a Catalina, 254

Pero no hay nada qué hacer. ¿De qué te sirve el tiempo ahí?
Catalina sobre Zacatlán, 255

-Te jodí la vida, ¿verdad?-dijo-. Porque las demás van a tener lo que querían. ¿Tú qué quieres? Nunca he podido saber qué quieres tú. Tampoco dediqué mucho tiempo a pensar en eso, pero no me creas pendejo, sé que te caben muchas mujeres en el cuerpo y que yo sólo conocí a unas cuantas.
Andrés a Catalina, 255

¿Qué quieres tú, Catalina? (...) ¿Quién es Efraín Huertas?, ¿y cómo sabe que de un seno tuyo al otro solloza un poco de ternura?
Andrés, 260

Tenía razón. Y odio. Qué bien puesto tenía el odio esa niña.
Catalina sobre Adriana, 262

La viudez es el estado ideal de la mujer. Se pone al difunto en un altar, se honra su memoria cada vez que sea necesario y se dedica uno a hacer todo lo que no pudo hacer con él en vida.
Josefina, 263

Entonces te acercaste y me pusiste el dedo en el ombligo: "¿qué guardas en este agujerito?", preguntaste, y yo te dije "un secreto". Toda la noche buscamos el secreto, ¿te acuerdas?
Catalina a Andrés, 265

Todos los que me ven son ojos.
Un camión repartidor, 269

Quise sentir la pena de no ir a verlo nunca más. No pude. Me sentí libre. Tuve miedo.
Catalina, 270

Cuántas cosas ya no tendría que hacer. Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. (...) Divertida con mi futuro, casi feliz.
Catalina, 270

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