Frases:
Bill destacaba en lectura y redacción, pero aun a su edad George tenía capacidad suficiente para comprender que no sólo por eso obtenía Bill las mejores notas; tampoco era el único motivo de que a los maestros les gustaran tanto sus composiciones. La forma de contar era sólo una parte del asunto. Bill sabía ver.
oyó la lluvia azotando las ventanas de la cocina. Ese sonido era reconfortante, pero no así la idea de bajar al sótano. No le gustaba el sótano ni le gustaba bajar por sus escaleras porque siempre imaginaba que allí abajo, en la oscuridad, había algo. Era una tontería, por supuesto, lo decía su padre, lo decía su madre, y, aún más importante, lo decía Bill, pero aun así...
No le gustaba siquiera abrir la puerta para encender la luz, porque temía (era algo tan estúpido que no se atrevía a contárselo a nadie) que, mientras tanteaba en busca del interruptor, una garra espantosa se posara sobre su muñeca... y lo arrebatara hacia esa oscuridad que olía a suciedad, humedad y hortalizas podridas.
-Flotan -gruñó la cosa-, flotan, Georgie. Y cuando estés aquí abajo, conmigo, tú también flotarás.
El barquito se tambaleaba y se sumergía y a veces se llenaba de agua, pero no se hundió; los dos hermanos lo habían impermeabilizado bien. No sé dónde acabó por naufragar, si alguna vez lo hizo. Tal vez llegó al mar y allí navega eternamente como los barcos mágicos de los cuentos. Sólo sé que aún estaba a flote en el seno de la inundación cuando franqueó los límites de Derry, Maine. Y allí
abandonó esta historia para siempre.
¿Has oído alguna vez de una amnesia tan absoluta que uno ni siquiera se dé cuenta de que la padece?
Pero no importa lo asustado que pueda estar, porque de todos modos volverá. Todo está allí, como una gran burbuja que crece en mi mente. Y voy igual, porque todo lo que he conseguido, lo que ahora tengo, se debe, de algún modo, a lo que hicimos entonces, y en este mundo hay que pagar lo que se recibe. Tal vez por eso Dios nos hizo niños para empezar cerca del suelo. Él sabe que uno debe caerse muchas veces y sangrar mucho antes de aprender esa simple lección. Se paga por lo que se recibe, se posee lo que se paga... y, tarde o temprano, lo que se posee vuelve a uno.
El hogar es el sitio donde, cuando tienes que volver, están obligados a encadenarte.
Tal vez el hogar está donde debo ir esta noche. El hogar es el sitio donde, cuando vas, tienes que enfrentarte finalmente a eso escondido en la oscuridad.
Las lágrimas eran su última defensa, tal como habían sido siempre las de su madre; el arma suave que paraliza, que convierte la bondad y la ternura en grietas fatídicas en la armadura de uno.
--No comprendo esto en absoluto. No comprendo nada de todo esto. ¿Es forzoso que un cuento deba ser socioalgo? Política... y cultura... historia... ¿no son ingredientes naturales de cualquier relato, si está bien contado? Es decir... -Mira en derredor, ve ojos hostiles y comprende que lo consideran una especie de ataque. Tal vez lo sea. Están pensando que quizá tengan a un sexista mercader de la muerte entre ellos-. Es decir... ¿ustedes no pueden permitir que un cuento sea, simplemente, un cuento?
"Si la ficción y la política llegan, alguna vez, a ser intercambiables, voy a suicidarme, porque ya no sabré qué hacer. La política cambia siempre, ¿se dan cuenta? Los cuentos, jamás. -Hace una pausa, sintiéndose un poco bajo, pero sin poder evitarlo, agrega-: Creo que ustedes tienen mucho que aprender."
Cuando te miraba, Bill, veía a alguien que jamás corría en la rampa móvil, porque estaba seguro de que la rampa lo llevaría a su destino. Parecía no haberte tocado la histeria y la exageración.
Si te dedicas a explorar la Mansión Derry, encontrarás todo tipo de cosas. Sí. Tal vez lo lamentes más adelante, pero las encontrarás y una vez que algo se encuentra, es imposible no haberlo encontrado, ¿verdad? Algunas habitaciones están cerradas, pero hay llaves... hay llaves.
"Cuando encuentren una nota al pie de página -dijo una vez un profesor de bibliotecnología a una clase de la cual yo formaba parte-, mátenla antes de que pueda reproducirse."
Hace falta plata para detener a un monstruo.
Pensó que a los muchachos gordos tal vez sólo se les permitía amar a las niñas bonitas secretamente.
Se dio cuenta de que, por primera vez en su vida había decidido conscientemente mantener una actitud y eso también lo asustó, aunque no supo exactamente por qué; pasarían largos años antes de que lo comprendiera, pero era lo frío de su cálculo, la cuidadosa y pragmática contabilización del costo, con sus insinuaciones de madurez, lo que le asustaba, más que el propio Henry.
Pero era un pensamiento desagradable, así que lo apartó; era un pensamiento acostumbrado a que lo apartaran.
"¿Solo?", podría haber preguntado, a su vez, desconcertado. "¿A qué te refieres?"
El niño ciego de nacimiento no sabe que es ciego hasta que se lo dicen. Aun entonces tiene sólo una idea muy vaga de lo que significa la ceguera. Sólo quienes han visto anteriormente comprenden de verdad qué es eso. Ben Hanscom no tenía la sensación de estar solo porque nunca había vivido de otro modo. Si aquello hubiera sido algo nuevo o más concreto, habría podido comprenderlo, pero la soledad abarcaba toda su vida y, a la vez, la superaba. Era, simplemente, como su pulgar torcido o la extraña melladura de uno de sus dientes, aquella que tocaba con la lengua cuando se ponía nervioso.
Hasta los niños pueden intuir las complejas responsabilidades de los mayores de vez en cuando y percibir que, en algunos casos, es más bondadoso guardar silencio.
Elegir un libro no era cosa de broma.
"Todos los escritores tienen un pasadizo que baja al subconsciente -decía, sin mencionar que, a cada año incluso la existencia de ese subconsciente le parecía dudosa-. Pero el que escribe relatos de terror tiene un pasadizo que baja aún más, tal vez... Tal vez hasta el sub-subconsciente, por decirlo así."
De pronto se le ocurría una espantosa posibilidad: quizá, a veces, las cosas no salían mal una sola vez; quizá, a veces, seguían cada vez peor y peor, hasta que todo estaba completamente arruinado.
Se puede vivir con el miedo, habría dicho Stan, si hubiera podido. Tal vez no eternamente, pero sí mucho tiempo. En cambio, con la ofensa no se puede vivir, porque abre una grieta en tu pensamiento y si miras dentro de ella ves que allí hay cosas vivas, cosas con ojos amarillos que no parpadean y que huele muy mal en esa oscuridad. Y al cabo de un rato acabas por pensar que tal vez haya todo un
universo distinto allá abajo, un universo donde hay una luna cuadrada en el cielo, donde las estrellas ríen con voces frías; un universo donde algunos triángulos tienen cuatro lados y otros cinco, y otros cinco a la quinta potencia. En ese universo puede haber rosas que canten. Todo lleva al todo, les habría dicho, si hubiera podido. Ved a vuestra iglesia y escuchad esas historias de que Jesús caminó sobre las aguas, pero si yo viera a un tipo haciendo eso gritaría hasta quedarme ronco. Porque a mí no me parecería un milagro sino una ofensa.
"Allí abajo, donde el sol nunca brilla y la noche nunca cesa", pensó.
Hasta ese momento se había sentido desconcertado y con miedo, ahora experimentaba las primeras sacudidas del enfado. Se alegró de eso. No era bonito sentirse enfadado, pero era mejor que el espanto, mejor que el miserable miedo.
se le ocurrió que los chicos eran más capaces cuando se trataba de casi-morir; también para incorporar lo inexplicable a la vida. Creían, implícitamente, en el mundo invisible. Los milagros, tanto los blancos como los negros, debían ser tornados en consideración pero no detenían el mundo, bajo ningún concepto. A los diez años, una súbita conmoción de belleza o de terror no estaba reñida con dos buenas salchichas con queso a la hora del almuerzo.
Pero cuando uno crecía, todo eso cambiaba. Uno ya no permanecía despierto en la cama, seguro de que algo acechaba en el ropero o rascaba la ventana... pero cuando algo pasaba de verdad, algo más allá de la explicación racional, los circuitos se sobrecargaban. Uno empezaba a retorcerse y hacia cosas raras con los nervios. No podía incorporar lo ocurrido a la experiencia vital. No lo digería. Su
mente insistía en volver a "Eso", tocándolo ligeramente con las zarpas, como el gatito con un ovillo de hilo, hasta que, llegado el momento, se volvía loco o llegaba a un punto en el que ya era imposible seguir funcionando.
-Di a tus amigos que soy el último de una raza agonizante -dijo, con aquella sonrisa hundida, mientras avanzaba a tropezones por los peldaños del porche, siguiéndola-. Único superviviente de un planeta moribundo. He venido a robar a todas las mujeres... a violar a todos los hombres... y a aprender cómo se baila el twist.
-¡Los grajos conocen tu verdadero nombre! -le gritó de pronto.
El ritmo no se limitaba a hacerle feliz: le hacía sentir más grande, más fuerte, más "presente". Cuando Frankie Ford cantaba "Sea Cruise" o Eddie Cochran "Summertime Blues", Richie se sentía realmente transportado de alegría. En esa música había potencia, una potencia que parecía pertenecer, por derecho propio, a todos los chicos flacuchos, gordos, feos, tímidos... los perdedores del mundo. Se
percibía en él un voltaje loco, frenético, que podía matar y exaltar.
Richie vio la demencial oscuridad que debía existir detrás del universo; vio una asquerosa felicidad que lo llevaría a la locura. En ese momento comprendió que "Eso" podría hacer cualquiera de esas cosas y más.
Pero no huyó, porque a pesar del horror, sentía un extraño consuelo. Consuelo y algo más, algo más elemental: la sensación de haber echado raíces. "Somos siete", volvió a pensar, cuando Bill terminó de hablar.
Había creído que estaba enloqueciendo. Era un alivio descubrir que no era así... pero ese alivio daba miedo.
Como le había ocurrido a Ben con su momia o a Eddie con su leproso y a Stan con los chicos ahogados, había visto algo que habría vuelto loco a un adulto, por la fuerza colosal de una irrealidad demasiado grande como para descartarla con una explicación o, a falta de explicación racional, dejarla a un lado. La luz del amor divino había quemado la cara de Elías, según Mike había leído; pero al ocurrir eso, Elías era anciano y tal vez eso cambiaba las cosas. ¿Acaso no había en la Biblia otro fulano, apenas más que un chico, que había detenido a un ángel?
Algunas cosas hay que hacerlas aunque sean peligrosas. Es la primera cosa importante que descubrir sin que me la diese mi madre.
Leyó la gratitud en los ojos de todos y se alegró por ellos... pero esa gratitud no aliviaba en nada su propio espanto. En realidad, había en ella algo que le daba deseos de odiarlos. ¿Acaso jamás podría expresar su propio terror porque no cedieran los frágiles vínculos que los convertían en una sola cosa? Y ni siquiera era justo pensar eso, ¿verdad? Porque él estaba utilizándolos, por lo menos hasta cierto punto. Utilizaba a sus amigos, arriesgaba la vida de todos para ajustar las cuentas por la muerte de su hermano. ¿Sólo había eso, en el fondo? Había más. Porque George estaba muerto. Y Bill sospechaba que, si era posible cobrar venganza, sólo era posible hacerlo por cuenta de los vivos. Entonces, ¿qué papel estaba jugando él? ¿El de una mierdita seca, armada de una espada de lata que trataba de parecerse al rey Arturo?
Creía reconocer la sensación de su niñez, cuando la sentía a diario y acababa por considerarla algo natural. Suponía que, si de niño había pensado alguna vez en esa profunda fuente de energía (aunque no recordaba haberlo hecho), debía haberla considerado, simplemente, un hecho de la vida, algo que siempre estaría allí, como el color de sus ojos o sus horribles dedos de los pies, en forma de martillo.
Pero no había resultado así. La energía que uno derrocha siendo niño, la energía que uno cree inagotable, se escapa entre los dieciocho y los veintidós años reemplazada por algo mucho menos brillante, tan falso como la exaltación de la cocaína: decisión, metas, cualquiera de los términos que propone la Cámara de Comercio. No era nada notable porque no aparecía de un momento al otro, con un estallido. Y eso es lo que daba miedo, pensó Richie. El hecho de que uno no deja súbitamente de ser niño. El chico que llevábamos dentro se escurre poco a poco, tal como el aire de un neumático pinchado. Y un día, al mirarnos al espejo, nos encontramos con la imagen de un adulto. Uno podía seguir llevando vaqueros y asistiendo a los conciertos de rock; uno podía teñirse el pelo, pero la cara del espejo seguía siendo cara de adulto. Tal vez todo ocurría mientras dormíamos, como la visita de los ratones que se llevaban los dientes de leche.
Bill sonreía, sin darse cuenta de que Richie lo observaba con aire sabio, no como un chico mira a otro, sino, por un momento, como un adulto mira a un chico.
"No sabe que no siempre lo hace", pensó.
--¡"Eso"! -gritó a Mike aterrorizado. Nunca en su vida había experimentado ni experimentaría emoción alguna tan intensa, tan abrumadora. ¡"Eso"! ¡"Eso"! ¡"Eso"!
Los verdaderos monstruos son los adultos
Ellos eran sus amigos y su madre se equivocaba: no eran malos amigos. "Tal vez-pensó- no existen los buenos y los malos amigos; tal vez sólo hay amigos, gente que nos apoya cuando sufrimos y que nos ayuda a no sentirnos tan solos. Tal vez siempre vale la pena sentir miedo por ellos, y esperanzas, y vivir por ellos. Tal vez también valga la pena morir por ellos, si así debe ser. No hay buenos amigos ni malos amigos, sólo personas con las que uno quiere estar, necesita estar; gente que ha construido su casa en nuestro corazón."
los locos no le tienen miedo a nada
En otras palabras, la Escuela Municipal de Derry era el típico carnaval pedagógico, un circo con tantas pistas que el propio Pennywise habría pasado inadvertido.
si el mundo fuese un lugar recto y cuerdo donde los buenos ganaran siempre
Esas cosas eran... bueno, eran sueños convertidos en realidad. Y una vez que los sueños cobraban realidad, escapaban al poder del durmiente y eran cosas mortíferas, capaces de actuar con independencia.
Todo se reduce siempre al poder.
Tendría tiempo, para todas esas cosas mientras cicatrizaba la herida de su vientre y empezaba a escocer. Porque la vida, a los once años, continuaba siempre. Y a los once años, aunque fueses inteligente y capaz, no había mucho sentido de la perspectiva. Ben podría vivir con lo ocurrido en la casa de Neibolt Street. Después de todo, el mundo estaba lleno de maravillas.
Pues ¿acaso no era cierto que el poder, como "Eso", cambiaba de forma?
la ge-gente vuelve atrás p-p-para encencontrarse a sí m-misma.
Los años pasaban con celeridad. Los años corrían. Si uno giraba en redondo y corría tras su propia niñez, había que apurar el paso y forzar los pulmones.
Las cosas habían cambiado. Cuando uno era parte de los cambios costaba verlos. Había que retroceder para percibirlos. Al menos, había que hacer el intento.
Como casi todos los chicos, comprendía instintivamente que los niños viven por debajo de la línea visual (y por lo tanto, por debajo de la línea mental) de casi todos los adultos.
Oh, los católicos hacen muchas cosas raras.
--Qué raro -dijo Eddie, estallando en una carcajada-. Nunca había sabido de una religión que te prohibiera comer cosas. Algún día te dirán qué clase de gasolina debes usar.
--Tienes que admitir, Stanny, que es bastante curioso -señaló Richie. ¡Mira que no poder comer jamón sólo porque eres judío!
--¿Te parece? -comentó Stan-. ¿Tú comes carne los viernes?
--¡No, por Dios! -protestó Richie, espantado-. Los viernes no se puede comer carne, porque... -Sonrió-. Ya entiendo lo que quieres decir.
--Creo que todas las religiones son extrañas -dijo, por fin. "Pero poderosas -agregó su mente-, casi mágicas."
--Bip-bip, Richie -le ayudó Richie.
Aquélla cara cansada, medio enloquecida, de pronto le parecía adorable; adorable y muy amada. Experimentó un vago asombro. "Creo que moriría por él, si me lo pidiera. ¿Qué clase de poder es ése? Si sirve para que tengas una cara como la de Bill ahora, a lo mejor no es tan bonito tener ese poder."
Derry es “Eso”.
"Nuestra lección de hoy, niños -pensó Ben-, es la siguiente: cuanto más cambian las cosas, más cambian. Quienquiera que haya dicho que cuanto más cambian las cosas, más siguen siendo lo mismo, padecía un retraso mental grave.
--Vamos -dijo-. La mierda se lava.
Ahora volvían otra vez y aunque todo iba tal como "Eso" lo había previsto, también volvía algo que "Eso" no había previsto; ese miedo enloquecedor... esa sensación de "Otro". "Eso" odiaba el miedo; se habría vuelto contra él para devorarlo, de haber podido... pero el miedo bailaba fuera de su alcance, burlón y sólo era posible matarlo mediante la muerte de todos ellos.
Los miedos de los niños solían ser más simples y más poderosos. Los miedos infantiles, con frecuencia, se convocaban con una sola cara... y si hacía falta un cebo, ¿a qué niño no le gustaba un payaso?
Pero juntos habían descubierto un alarmante secreto que ni siquiera "Eso" conocía: que la fe tenía dos filos.
Bill sintió en eso una clara exaltación, la seguridad de que eran, en conjunto, algo más que la suma de sus siete individualidades. Se habían convertido en un todo más potente.
Hay gente demasiado estúpida como para echarse atrás.
Por un momento, los otros no supieron con certeza qué veían. Beverly tuvo la impresión de que su padre la había encontrado, aun allí abajo, y Eddie vio la imagen fugaz de Patrick Hockstetter vuelto a la vida. Pero el grito de Richie, su certeza, congeló la forma para todos ellos. Vieron lo que Richie veía.
Cuando crezcas y dejes de llevar la existencia protegida de todo niño, descubrirás que la vida no siempre es tan fácil, chaval.
--Creo en las tanagras escarlatas, aunque nunca he visto una -dijo con voz alta y clara. El ave gritó y se desvió en vuelo rasante, como si la hubiera alcanzado con un disparo-. También creo en los buitres, en la alondra de Nueva Guinea y en los flamencos de Brasil.
--El ave chilló, volando en círculos, pero de pronto buscó lo alto del túnel-. ¡Creo en el águila dorada! -gritó Stan, siguiéndola con su voz-. ¡Y hasta creo que puede haber un ave fénix en alguna parte! ¡Pero no creo en ti, así que vete de una vez! ¡Desaparece, maldito pajarraco!
Oyeron un rumor de pasos y, en un momento de lucidez, Bill comprendió cuál era la misión de Henry: se trataba de un ser humano real, mortal al que no podrían detener con un inhalador o un libro sobre pájaros. Con Henry la magia no daría resultado. Era demasiado estúpido.
Un momento después, todos lo rodeaban, sus amigos, y nadie encendió cerillas. Alguien lo abrazó sin que él supiera quién, tal vez Beverly, tal vez Ben, o Richie. Estaban con él y en esa ocasión la oscuridad fue generosa.
"No -pensó Bill fríamente-, tampoco es una araña pero esta forma no es algo que "Eso" haya tomado de nuestra mente; es lo más que nuestra imaginación puede aproximarse a ("los fuegos fatuos") lo que "Eso" es."
Medía unos cuatro metros y medio de alto y era negra como una noche sin luna. Cada una de sus patas era gruesa como el muslo de un levantador de pesas. Sus ojos eran rubíes malévolos y brillantes que abultaban las cuencas, llenas de un fluido chorreante color cromo. Sus mandíbulas serradas se abrían y se cerraban, una y otra vez, dejando caer cintas de espuma. Ben, petrificado en un éxtasis de horror, vacilando en el límite de la locura total, observó, con la calma que existe en el ojo de la tormenta, que esa espuma estaba viva al caer en el suelo maloliente y que se filtraba por las rendijas retorciéndose como un protozoario. "Pero "Eso" es otra cosa, una forma final que casi puedo ver, como se puede ver la forma de un hombre moviéndose tras la pantalla cinematográfica. Pero no quiero verla, por favor, no quiero ver a "Eso"..."
Ben oyó un maullido ansioso y miró aquellos ojos malignos, rojos, ajenos al tiempo. Por un instante vio la forma oculta detrás de la apariencia: vio luces, vio una cosa peluda, reptante, infinita, que estaba hecha de luz y nada más, de luz naranja, una luz muerta que se fingía viva.
--Soy la Tortuga, hijo. Yo hice el universo, pero no me culpes por eso, por favor; me dolía la barriga.
--Hijo, tienes que golpear exhausto el poste tosco y recto e insistir infausto que has visto los espectros... es todo lo que puedo decirte. Una vez te metes en una mierda cosmológica como ésta, tienes que tirar el manual de instrucciones".
Quedar sin comunicación era quedar sin salvación; él lo sabía por la forma en que sus padres se habían comportado con él a partir de la muerte de George. Era la única lección aprendida de esa frialdad de nevera.
--¡"Mierda, creo en todas esas cosas; sí, creo"! -gritó, y era verdad: con once años había observado que las cosas salían bien antes que mal, en una proporción absurda.
"Yo de ti acabaría el trabajo; no dejes que escape... lo que se puede hacer a los once años, con frecuencia no se puede hacer nunca más."
--Vamos, zorra, nunca se es tan viejo que no se pueda bailar el rock.
Sintió que se acercaban a aquello que pasaba, por el mundo real (pero pensó que jamás volvería a considerarlo como algo "real", exactamente, sino como un ingenioso telón de fondo, sostenido con un montón de cables entrecruzados... como las hebras de una telaraña).
su cara, su cara seria, dulce, querida, y sabe que eso no es miedo: lo que él siente es deseo, un deseo profundo y apasionado que apenas puede contener, y ella vuelve a experimentar esa sensación de poder, de algo parecido a volar, como mirar desde arriba y ver todos los pájaros en los tejados, en la antena del bar de Wally, de ver las calles como en un mapa, oh sí, eran el amor y el deseo lo que enseñaban a volar.
Uno ríe porque lo que da miedo, lo desconocido, es también lo que divierte. Uno ríe tal como los niños suelen reír y llorar al mismo tiempo cuando se acerca un payaso haciendo cabriolas, sabiendo que es divertido... pero también algo desconocido, lleno del poder eterno de lo desconocido.
--Está demasiado oscuro -sollozó Richie-. Compréndelo... demasiado oscuro. Y Ed...
""Sobrevivientes"", ponía, y no hacía falta más.
--Nada es eterno -repitió Richie.
Miró a Bill y éste vio que las lágrimas arrastraban lentamente la mugre de sus mejillas.
--Salvo, quizá, el amor -apuntó Ben.
--Y el deseo -agregó Beverly.
--¿Y qué me decís de los amigos? -sugirió Bill, sonriendo-. ¿Qué te parece, Bocazas?
Entraron en el Town House. En el momento en que Bill empujaba la puerta de vidrio, Beverly distinguió algo que jamás mencionaría, aunque nunca lo olvidaría: por un momento vio las imágenes de todos reflejadas en el cristal... sólo que eran seis y no cuatro, porque Eddie estaba detrás de Richie y Stan detrás de Bill, con su leve sonrisa en la cara.
Y los mira, los mira de verdad, por última vez, porque de algún modo comprende que jamás volverán a estar juntos los siete, al menos no de ese modo.
Se había acabado pero al precio de nuestra amistad y las vidas de Stan y Eddie. Casi los he olvidado. Por horrible que parezca, casi he olvidado a Stan y Eddie.
Inquietud y deseo. Había mucha diferencia entre el mundo y el deseo: la misma diferencia que entre el adulto, que calcula el riesgo, y el niño, que se sube y echa a andar. Toda la diferencia del mundo. Sin embargo, no era tanta. En realidad, ambas cosas no eran incompatibles. Como cuando uno se aproxima a la primera pendiente de la montaña rusa donde empieza la emoción.
Inquietud y deseo. Lo que se desea y lo que se tiene miedo de buscar. El dónde se ha estado y a dónde se desea ir. Un rock and roll decía algo de querer la chica, el coche, el lugar donde arraigarse y ser uno mismo.
"Pero perderás contacto con él, chico -pensó-. Las cosas cambian. Es un truco sucio para el que debes prepararte."
Es mejor no mirar atrás. Es mejor creer que habrá finales felices en todas partes. Y bien puede ser así. ¿Quién puede decir que no existen los finales felices? No todos los barcos que se pierden en la oscuridad desaparecen para siempre; si algo enseña la vida, al fin de cuentas, es que, a fuerza de abundar los finales felices, es preciso poner en duda la racionalidad de quien no cree que Dios exista.
Te vas rápidamente cuando el sol empieza a descender, piensa en este sueño. Eso es lo que haces. Y si te permites un último pensamiento, tal vez piensas en fantasmas... en los fantasmas de unos niños formados en círculo, de pie en el agua al atardecer, cogidos de la mano, jóvenes las caras, sí, pero recias... tan recias que pueden dar vida a las personas en que se han de convertir, tan recias que comprenden, quizá, que aquellas personas en las cuales se han de convertir deben necesariamente dar vida a las personas que fueron. El círculo se cierra y la rueda gira, y a eso se reduce todo.
No hace falta mirar atrás para ver a esos niños; una parte de tu mente los verá siempre, vivirá con ellos para siempre, amará con ellos para siempre. No son, necesariamente, la mejor parte de ti, pero alguna vez fueron el depósito de todo lo que podías llegara ser.
Os quiero, niños. Cuánto os quiero.
Por eso: aléjate pronto, aléjate pronto, mientras la última luz se escurre, pon distancia entre tú y Derry, entre tú y los recuerdos, pero no entre tú y el deseo. Eso queda: el reluciente camafeo de todo lo que fuimos y creímos cuando niños, de todo cuanto brillaba en nuestros ojos, aún cuando estábamos perdidos y el viento soplaba en la noche.
Pon distancia y trata de mantener la sonrisa. Sintoniza un rock and roll en la radio y ve hacia toda la vida que existe con todo el valor que puedas reunir y toda la fe que logres invocar. Sé leal, sé valiente, aguanta. El resto es oscuridad.
pensar que la infancia tiene sus propios secretos dulces y que confirma la mortalidad y que la mortalidad define todo el valor y el amor. Pensar que lo que has mirado adelante también tienes que mirarlo atrás y que cada vida hace su propia limitación de la inmortalidad: una rueda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario