sábado, 29 de julio de 2017

Confesiones 29




Mientras estudiaba en la universidad, traté siempre de tener buenas calificaciones. Al terminar, obtuve el mejor promedio de la generación.
Cuando la escuela hizo la primera toma de protesta, fue únicamente para los tres promedios más altos. Podíamos llevar a tantas personas como quisiéramos, porque sólo seríamos nosotros tres y nuestros invitados.
Yo invité sólo a mis padres y a mis hermanos.
Ninguno fue.
Mi mamá prefirió ir a una clase de pintura, mi papá y mis hermanos se quedaron en casa a ver una película que pasaban por televisión.
Al terminar el evento, esperé una hora a que alguien llegara. Las familias de mis compañeros me invitaron a celebrar con ellos, pero quise esperar.
Cuando nadie llegó, me sentí tan insignificante, tan sola. Sentí que algo se rompía dentro de mí. De alguna manera tenía la esperanza de que al menos uno se apareciera, aunque fuera al final, aunque ya se hubiera ido todo el mundo.
Regresé a casa de mis papás y lloré hasta quedarme dormida. Nunca lo dije, pero me dolió mucho cuando se burlaron de mí por mi cara hinchada. Me dijeron que era tonta por ser tan dramática y yo me tuve que inventar que me dolía la cabeza y me reí siguiéndoles el juego. Pero de verdad me dolió.
Después pensé que quizás sí, que era una tonta por sentirme, porque en realidad graduarme de la universidad no era para tanto.
Pero cuando se graduó mi hermano, fuimos todos y lo felicitamos e incluso compraron las fotos que te venden carísimas y que son de mala impresión. Mi papá incluso se salió del trabajo y mi otro hermano no fue a la escuela. Hasta yo tuve que pedir permiso en mi trabajo.
Ver cómo mis padres lo felicitaban y lo miraban con orgullo y lo halagaban tanto por graduarse con un 80, me hizo preguntarme de qué me había servido desvivirme por mi 100.
De nuevo, absurdamente, se rompió algo dentro de mí. Y perdí las piezas y nunca van a volver y me siento estúpida porque sin importar cuánto haga, las piezas se siguen cayendo, se siguen perdiendo. Y sé, en el fondo, que si alguna vez tuve algún valor, no lo tengo más y no hay manera de recuperarlo.

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